LLORAR A LOS MUERTOS?
A Los que Lloran a Sus Muertos
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mateo 5:4)
Estas palabras del Gran Confortador que visitó la Tierra hace dos mil años,
vienen a la mente de todos durante la fiesta de Pascua, que trae alegría a
millones, ya que la Humanidad está despertando, cada día más, a su verdadero
significado.
La Pascua, que se celebró una vez por unos pocos cristianos, ya no es sólo una
festividad cristiana. Ya no está reservada a los que aceptan el pan y el vino
consagrados de las manos de sus sacerdotes. Se ha convertido en un gran día de
alegría para los pueblos de todas las naciones y para los seguidores de todas
las religiones; incluso para los que nunca pisan una iglesia.
Se ha convertido en costumbre que, tanto las gentes de los distritos rurales
como las de las ciudades, elijan una colina para colocar allí una cruz y, en el
alegre día de Pascua, se reúnan fraternalmente y adoren en comunidad, sin
discriminaciones por razón de raza, credo o color; y, en nombre del más grande
Espíritu que jamás haya habitado un cuerpo físico, adoren al Espíritu Universal,
ofreciendo alabanzas y agradeciendo la vida y la luz que fueron su tarea en el
gran esquema de Dios. Este espíritu universal de la alegría se expresa,
precisamente, un día que nos trae a la memoria un hombre clavado en una cruz,
que muestra a la Humanidad un rostro contraído por el dolor, y un cuerpo humano
experimentando la agonía de la muerte. ¿Por qué se ha de regocijar la Humanidad
en un día conectado en la memoria con un acto tal de brutalidad sucedido hace
dos mil años?
Cristo Jesús
El hombre, en su ausencia de conocimiento, y en su vaga comprensión de la
justicia de un Padre amoroso, ha convertido la tumba en un sepulcro sombrío,
algo que produce temor, y en un final para todas sus aspiraciones y ambiciones.
Durante edades, ha temido este final de la existencia física y ha hecho de ello
un tiempo de intenso duelo, un período repleto de lágrimas. Pero, ese gran
Espíritu que tenía poder sobre la vida y la muerte, permitió ser crucificado.
Vino a la Tierra con ese fin. Puede, por tanto, surgir la siguiente pregunta: si
afirmamos que Jesús el Cristo tenía poder sobre Su vida, ¿por qué permitió que
se perpetraran contra él aquellas grandes indignidades y crueldades y por qué no
se libró a sí mismo de aquella muerte indigna y cruel?
En la parábola del redil, en Juan 10, Jesús dijo a sus oyentes: “ Yo soy el buen
pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas… Por eso mi Padre me ama,
porque yo me desprendo de mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita.
Yo la doy voluntariamente. Está en mi mano desprenderme de ella y está en mi
mano recobrarla. Éste es el encargo que me ha dado el Padre”. Hay otra
afirmación hecha por Cristo, después de la crucifixión, tras haber experimentado
la muerte en la cruz, cuando regresó de los mundos espirituales para reunirse
con sus discípulos. En el capítulo 28 de Mateo, versículo 18 , de nuevo proclama
tener ese poder: “Y Jesús llegó y les dijo: Me ha sido dado todo poder en el
cielo y en la Tierra”.
Vida después de la vida
Cristo vino a la Tierra a impartir a los hombres una lección especial y, estando
destinado a ser el Salvador de la Humanidad, la lección más importante que podía
enseñar era la de la fe. Fe en Su Dios y la fe en una vida tras la muerte. Con
su misma muerte debía traer al hombre la fe y la creencia en una vida después de
ella. Predicó la inmortalidad y, para imprimir ese hecho en la Humanidad, debió
pasar por los dolores de la muerte para volver a la vida y traer al hombre la
prueba de una existencia post mortem. Y, para completarlo, se apareció a sus
amados discípulos en su cuerpo espiritual. En I corintios, dice Pablo: ”Después
se apareció a más de quinientos hermanos juntos; de los cuales, muchos viven aún
y otros han muerto”. Anduvo y conversó con ellos para que creyeran que lo que
les había predicado, la inmortalidad del alma, era un hecho y que, cuando el
hombre abandona su cuerpo físico, sigue viviendo en un cuerpo más sutil y
etéreo.
Pablo trae también al hombre mucha esperanza en una vida tras la muerte en el
quinto capítulo de II Corintios, versículos 1 y 2: “Es que sabemos que, si
nuestro albergue terrestre, esta tienda de campaña, se derrumba, tenemos un
edificio que viene de Dios, un albergue eterno en el cielo, no construido por
hombres; y, de hecho, por eso suspiramos, por el anhelo de vestirnos encima la
morada que viene del cielo.
En el capítulo quince de I Corintios, de nuevo predica a los que no creen en la
vida después de la muerte. Este maravilloso capítulo se emplea por la mayor
parte de los sacerdotes para proporcionar fe y consuelo a quienes se sienten
despojados por la pérdida de un ser querido.: “Se siembra un cuerpo animal;
resucita un cuerpo espiritual. Si hay un cuerpo animal, lo hay también
espiritual.”
Durante la Antigua Dispensación, y a través de todo el Antiguo Testamento, el
hombre tenía muy poca esperanza en una vida tras la muerte. Para él, la tumba
ponía fin a todo. Se comprueba esa desesperanza cuando se lee el noveno capítulo
del Eclesiastés, versículo quinto, donde se afirma: “Los vivos saben… que han de
morir; los muertos no saben nada, no reciben un salario cuando se olvida su
nombre”.
Hecho a imagen de Dios
Las enseñanzas de la Hermandad proclaman que el hombre es un espíritu inmortal
hecho a imagen de Dios. Porque, ¿no se nos ha dicho, en el versículo 26 del
capítulo primero del Génesis, que Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra
imagen?” Por tanto, si Dios es espíritu y el hombre está hecho a su imagen,
¿podemos seguir negando que el hombre no puede morir o que si muriese moriría
una parte de Dios? ¿Puede alguien imaginar a un Gran espíritu que crease un ser
como el hombre, a su propia imagen, y luego le permitiese morir? ¿Podría tal
hombre llegar a ser él mismo un creador, como Dios lo destinó a ser, si una vida
terrestre constituyese toda su existencia y si, cuando hubiera vivido sus
setenta años saliese de la misma sin ninguna posibilidad de llegar a ser
perfecto como su Padre celestial? Si uno se detiene a reflexionar sobre esta
materia, se convence de que el hombre también ha de seguir evolucionando,
aprendiendo, con el fin de llegar a ser omnisciente como su Padre en el cielo lo
es, y de que eso no puede lograrse en una cota vida de unos cuantos años. Para
aprender esas lecciones en la Tierra, sobre la que Dios le dio poder, el hombre
ha de volver una y otra vez y, en cada encarnación, ha de cargar con su cruz de
materia, su cuerpo físico.
El hombre ha de aprender, mediante su cuerpo físico, a convertirse en un creador
como su Padre en el cielo. Ésa es la herramienta que utiliza en sus esfuerzos
por aprender las numerosas lecciones de vida, con el fin de ser reconocido como
hijo por su Padre celestial. Pero esa herramienta, el cuerpo físico, se cansa y
se agota; y es necesario darle al espíritu un tiempo para poder digerir y
asimilar toda la experiencia adquirida en la Tierra. Por eso Dios ha dispuesto
que el espíritu salga de su vieja vestimenta desgastada y funcione en su cuerpo
espiritual.
Cuando eso ocurre, el hombre, con su limitada visión, se aflige por el cambio; y
le parece la despedida final el hecho de que se desintegre el viejo y desgastado
vestido de un ser querido, y pueda funcionar en un traje o cuerpo más etérico,
en el que no esté limitado por la distancia, ni sea la materia física una
barrera infranqueable para su desplazamiento. Éste es el cuerpo espiritual del
que habla Pablo en II Corintios, un edificio no hecho por las manos de los
hombres, eterno en los cielos. En ese vehículo, nuestros seres queridos pueden
visitarnos y, aunque, en nuestra ceguera, no disponemos de la vista espiritual
para percibirlos, no por eso están menos cerca de nosotros. Ellos siguen
interesados en nuestro bienestar y, cuando los necesitamos, no nos fallan; nos
animan y ayudan mucho más de lo que creemos, aunque con nuestra aflicción
podamos obstaculizar su progreso en esa nueva vida a la que se les ha llamado.
Cuando un hombre cae en profundo sueño y su cuerpo físico queda inerte sobre el
lecho, está despierto y activo en el reino del espíritu. El cuerpo físico ya no
es un obstáculo. Sin embargo, está unido a él mediante el Cordón de Plata, que
lo conduce de vuelta a su cuerpo al despertar. Durante la inconsciencia del
sueño, está en el país de los muertos que viven y, si lo desea, puede
comunicarse con sus seres queridos, que están siempre cerca.
El estudiante de la Hermandad Águila Dorada tiene la certeza de la cercanía de
los que han pasado al mundo invisible en lo que, comúnmente, se denomina muerte,
y no se aflige como los que no tienen esperanza. Sabe que sus seres queridos no
se han alejado, sino que, No están muertos. No han hecho sino pasar más allá de
las nieblas que aquí nos ciegan, a una nueva y mayor vida en una esfera más
serena”.
Vida inmortal
El conocimiento adquirido por los estudiantes de estas enseñanzas avanzadas ha
hecho desaparecer el aguijón de la muerte, pues ellos saben que quienes han
abandonado sus cuerpos mortales no están muertos, sino que están disfrutando la
libertad de la vida en los mundos espirituales. Están convencidos de que Dios no
hizo el hogar del alma humana ni inspiró al espíritu humano con la fe y el amor,
para precipitarlo en la muerte, para destruir la obra de sus propias manos. El
hombre es la obra maestra de Dios y, como tal, esta chispa de la divinidad,
hecha a Su imagen, no puede morir. De otro modo sería destruida una parte de
Dios.
Cristo vino voluntariamente a la Tierra para encerrarse en un cuerpo físico,
sabiendo que el resultado seria proporcionar esperanza y fe a la Humanidad.
Debió morir y resucitar para demostrar al hombre que la muerte es sólo una
manifestación física, una liberación de un espíritu divino. Vino a una Humanidad
cegada por el miedo a la tumba y para la que ésta era un abismo que engullía y
hacía desaparecer al espíritu. Se encontró con la muerte como el rey de los
temores y supo que sólo Él podría devolver al hombre la fe en una vida inmortal
y proporcionarle la certeza de que es un espíritu glorificado. Dejo estas
palabras confortadoras, que traen solaz y fe a quienes creen en Él:“No estéis
agitados; fiaos de Dios y fiaos de mi. La casa de mi padre tiene muchos
aposentos. Si así no fuera, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando
vaya y os lo prepare, volveré para llevaros conmigo; así, donde esté yo,
estaréis también vosotros.”(Juan 14: 1-3).
Hermano Pedro Pascual 19300.
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